El día a día de cualquier entidad debe ser un quebradero de cabeza para sus responsables. Deseos, limitaciones y herramientas deben combinarse de un modo ordenado con el objetivo de alcanzar la solución a cada situación. Vender los porqués de las decisiones o resultados es importante. Dentro de los clubes hay personas con grandes capacidades y proyectos realizables que yerran a la hora de medir las limitaciones. No ponerlos en situación puede llegar a desmotivarlos por incumplimiento de unas expectativas demasiado exigentes, o deseadas en un plazo de tiempo demasiado corto. Nada es imposible en el mundo del rugby, pero deben dejarse grados de libertad a las directivas, y estas deben exponerlos con transparencia. Variables como el tiempo (con su cambio monetario a euros o libras) deben ser propiedad de la dirección del club, y deben ser conocidas por todos. Todos queremos tener un rugby fuerte en Huelva, un Tartessos cuya seña de identidad sea la excelencia, y a día de hoy se avanza por ese camino.
La carga sentimental, esqueleto del ideario de cualquier club, ya está ahí; la cantera dará sus frutos, aunque ya es un fruto la diversión y el aprendizaje que conlleva. Pero las restricciones y limitaciones de la vida real se multiplican en el caso del oval si lo comparamos con cualquier otro deporte en estas latitudes. El mecenazgo de empresas como Bifesa, la concesión del Iberoamericano de la Diputación o los entrenamientos en la ciudad deportiva del Recre son objetivos cargados de tiempo, vendrán más, pero necesitan grados libertad. El rugby tiene sus limitaciones; hay que detectarlas y eliminarlas.